El ardid infame
Moría la tarde del 16 del corriente. La fuerza liberal se disponía a descansar cuando Madero anunció que el enemigo se encontraba al frente. Nuestros bravos compañeros se dispusieron, desde luego, a la lucha. Se dio la orden de que los nuestros se dividieran en cuatro columnas, intercalan doce columnas maderistas. Honrados todos los nuestros, no desconfiaron de que se les estaba preparando la infame trampa en que debían caer todos, todos sin excepción. El entusiasmo de nuestros compañeros era indescriptible; por fin iban a luchar, por fin se presentaba la ocasión de medir sus fuerzas con los sicarios del despotismo. Avanzaron los nuestros, mientras el jefe Silva era llamado por Francisco I. Madero, con el pretexto de estudiar el plan de resistencia… Momentos después, un anciano, atado codo con codo y fuertemente escoltado por los esbirros de Madero, dirigía sus viejos ojos hacia la nube de polvo que se veía a lo lejos levantada por la marcha de sus hermanos. Ese anciano era el leal y valeroso soldado de la revolución social, el amigo y defensor del proletariado: Prisciliano G. Silva.
El nuevo dictador
Silva fue hecho prisionero por Francisco I. Madero porque no quiso reconocerlo como “Presidente provisional de la República Mexicana”. Madero, cuando tuvo a Silva entre sus garras, cuando ya la fuerza liberal estaba lejos, lo intimó para que le hiciera los honores de un “Primer Magistrado.” Silva, libertario, se rehusó a reconocer al mentecato. Ningún libertario debe reconocer amos en la tierra.
El despojo
Llevada a cabo la cobarde hazaña, Madero y sus compinches se lanzaron a caballo hacia donde marchaban liberales y maderistas a encontrar al supuesto enemigo. Mandó hacer alto el payaso del “sufragio efectivo”, y dijo a las tropas: “Soldados de la libertad: creo que me habéis reconocido como vuestro ‘Presidente único, como vuestro jefe’ que se sacrifica por vosotros aceptando ocupar un cargo tan difícil como es el de la Presidencia de la República. Sólo porque vosotros lo ordenáis, os obedezco; seré Presidente y os ofrezco gobernar con la ley. Todos vosotros tendréis derecho a votar, y eso os dará la felicidad”.
La protesta
De las bocas de nuestros compañeros salió este grito: “no queremos amos; queremos tierra y libertad. La boleta electoral no nos dará de comer.”
Al oír esas palabras de viril protesta, el iscariote Madero ordenó a sus esbirros que nuestros compañeros fueran hechos prisioneros y se les quitasen las armas, las provisiones, los caballos, los carros de transporte, los vestidos, todo lo que habían conseguido en Guadalupe, y quedaran arrestados también. Sólo ocho de nuestros compañeros pudieron escapar de las garras del novel tiranuelo, del tan aclamado Madero, cuya pérfida acción lo presenta como un ambicioso vulgar que no quiere otra cosa que llegar a ser Presidente para sacar del pobre pueblo los miles de pesos que ha gastado en la revuelta.
La actitud de De Lara
Lázaro Gutiérrez de Lara ha representado en este asunto un importante papel. Este individuo estuvo explotando en esta ciudad unas vistas, declarando que el producto lo invertiría en su marcha para México, adonde iba a tomar parte en la Revolución. En efecto, con ese dinero marchó a El Paso, donde estuvo dando conferencias de paga, haciendo entender que los productos iban a ser destinados a la Revolución. Los liberales ayudaron a De Lara porque haciendo aparecer artículos suyos en
Regeneración,
[4] lo creyeron de alguna manera ligado a los trabajos del Partido Liberal, como en efecto fue así en lo que respecta a la propaganda de los principios del Partido. Nadie podía sospechar que De Lara —que había recibido dinero de los liberales, que había obtenido dinero del grupo
Regeneración, de esta ciudad, para sus gastos de viaje, que hablaba en El Paso a favor del Partido Liberal y que en todos sus actos se mostraba como sostenedor de los principios de emancipación económica del proletariado— se pasara, con armas y bagajes, al maderismo.
Después de que Silva hubo tomado Guadalupe se le presentó Gutiérrez de Lara con 28 norteamericanos, diciendo que iba a incorporarse a esa columna liberal. El compañero Silva no tuvo ninguna desconfianza de quien tanto había hablado en favor del Partido Liberal, y lo admitió, dándole la jefatura del grupo de norteamericanos aventureros.
Cuando ocurrió el arresto del compañero Silva, Gutiérrez de Lara mandó a sus norteamericanos que obedecieran a Madero, y él mismo se puso a las órdenes del millonario, del enemigo jurado de la clase trabajadora, del burgués que hace derramar la sangre del pueblo para llegar a ser Presidente de la República.
Compañeros: a vosotros toca juzgar la conducta de Gutiérrez de Lara; pero antes responded a esta pregunta: ¿puede un hombre que lucha por la clase trabajadora ingresar a un partido enemigo acérrimo del proletariado, como es el maderista?
De Lara, ahora, es uno de los favoritos de Madero en la columna de este payaso.
¿Qué quiere Madero?
Quiere lo que ha querido siempre: ser Presidente de la República, esto es, estar en condiciones de poder aumentar todavía más su enorme capital, pues ese individuo es millonario. Para conseguir su propósito, Madero ha recurrido a toda clase de malas artes: el engaño, la adulación a las masas, la intriga, la hipocresía y, por fin, el crimen, porque crimen es tomar la parte del tirano para desarmar y aprisionar a los defensores de la Libertad.
Madero es un miserable delator de los revolucionarios que luchan por principios: la prueba está en la aprehensión de Gabino Cano, por la denuncia que hizo Madero a las autoridades federales de los Estados Unidos para que cayese ese luchador tan sólo porque es liberal.
Aprovechándose Madero de la circunstancia de estar presos en los Estados Unidos algunos de los miembros de la Junta Organizadora del Partido Liberal, y de andar los demás perseguidos de cerca por la policía de México y de este país, mandó agentes a todos los Estados de la República con instrucciones de conferenciar con los miembros del Partido Liberal, a quienes se hizo creer que la Junta estaba de acuerdo con la campaña política antirreeleccionista. La Junta no pudo protestar contra el vil engaño, porque el dictador Porfirio Díaz había recomendado a su aliado Taft que se nos tuviera incomunicados, como lo estuvimos en efecto los tres años que duramos en la prisión en este país. El engaño, pues, creció, creció mucho, y como no podíamos desbaratarlo con nuestra negación desde el fondo de nuestros calabozos, adquirió los caracteres de una cosa cierta. Lo curioso era que, mientras los agentes secretos de Madero decían por todas partes que el Partido Liberal estaba de acuerdo con sus trabajillos políticos, la prensa pagada por éste no decía una sola palabra acerca de la penosa situación en que nos encontrábamos, aplastados por la fuerza combinada de los dos Gobiernos: el norteamericano y el mexicano. En los últimos cuatro años que duró la persecución contra nosotros en este país, el público mexicano no supo nada de lo que aquí acontecía, pues Madero había ordenado a sus periódicos que callasen, que no hablasen nada sobre las infamias de que estábamos siendo víctimas en un país extraño por defender la libertad del pueblo mexicano.